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    A lo largo de la vida he ido conociendo muchas propuestas a las cuales he podido dedicar mi vida y de todas ellas, con lo único que me quedo irrenunciablemente es el discernimiento ignaciano. 

    Lo aprendí dentro de la Compañía de Jesús... he sido alumna, maestra, acompañante, facilitadora y amiga dentro de la compañía de jesús y de ella, y de San Ignacio, estoy profundamente agradecida por lo mismo.

    El discernimiento ignaciano (de San Ignacio de Loyola) es un camino para escucharnos a nosotros mismos/as, para abrir un espacio para entrar en contacto conmigo misma/o en profunda honestidad, en profunda humlldad... descalzos entrar a tierra santa... donde se tejen las convicciones que nos sostendrán, los valores que dirigirán nuestros pasos, donde se desvanecen los miedos, donde se es capaz de tocar nuestra miseria sin miedo... un lugar seguro donde desnudarnos para recrearnos a la luz y calor del más puro amor.

    ¿Qué si es necesario creen en Dios? ¿Ser católico? No. No lo es.

    Aún cuando es parte de la tradición de la iglesia católica, el discernimiento propuesto por san ignacio es propio de todo hombre y mujer que deseen quedar en libertad... de sus miedos, de su ignorancia, de la violencia que le somete. La libertad es una conquista humana. Para san ignacio, de cara al amor de Dios... para los no católicos... de cara al amor, a la justicia, a la verdad... 

    Dios es amor... independientemente del nombre o rostro que nosotros le demos... incluyendo a Jesús... Dios es el amor entre nosotros... el amor es divino... tal vez un sueño, tal vez una ilusión, tal vez una experiencia... lo cierto es que el misterio del amor incondicional presente en la naturaleza, en la vida toda, nos seduce al grado de rendirnos para dejar de luchar en su contra, del empeño de condicionarlo todo, de comprarlo todo, de poseerlo todo...

    La paz a la que estamos invitados requiere morir a nuestros apegos, a nuestra necesidad de seguridad. Poder respirar y sentir la presencia de la vida fluyendo a través de nosotros/as, entre nosotros/as y en la naturaleza. Es la experiencia de que todo está bien, con independencia del aparente caos que existe. Todo puede reconducirse a esta experiencia de paz si tan sólo pudiésemos dejarnos tocar por la ternura que nos rodea.

    Anthony de Mello dice que la religión no es tanto un hacer como un permitir, y por fin lo entiendo. Dios ya está en y entre nosotros, habitandolo todo. Es la vida misma que clama por vivir y llegar a su plenitud.

    La angustia que nos invade no es más que el miedo a no ser. Cuando podemos morir al "yo" y podemos reconocernos como barro, tierra inundada por el espíritu que lo anima todo, entonces podemos agradecer el ser partícipes de la vida sin apego a ella. Somos el deseo encarnado de ser que por fin se reconoce como vida, amor, ternura... y es capaz de reconocerse en los demás, en la naturaleza. De modo que no lucha más por ser sí mismo/a en contra de los demás y el mundo, sino que se descubre con los otros y el mundo... 





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